Que bonita eres

Quiero una persona que me diga: “qué bonita eres”.

Me cansé de los te quieros vacíos con el tiempo, de los te amo con locura insana, de los compañeros que se hunden en su culpa cuando no tienen respuesta y te castigan con sus silencios enfadados. Ya no puedo con aquellos que no dejan el abrigo de sus preocupaciones en el perchero, con aquellos que solo ven restas donde yo veo sumas, con los que no escuchan los mensajes que se  oyen y se ven, con las prisas en todo, en la vida, en el sexo, me cansé.

Si algo bueno tiene que se pare el mundo es que quieras o no, tienes tiempo. Tiempo para buscarte y encontrarte. Tiempo para conocer, aprender, leer, cuestionar, aburrirte y respirar. Todo el rato nos bombardean con “la vuelta a la normalidad” y me he dado cuenta de que yo no la quiero. Si quiero tener tranquilidad, quiero tener mis necesidades básicas cubiertas, sobre todo la de mis hijas. Quiero que mi profesión me dé una vida digna y salir de la precariedad. Que por fin de fruto todo el esfuerzo y el trabajo que he puesto en reinventarme a mí misma.

Salí de la normalidad hace tiempo. Primero de la normalidad normativa relacional, después de la normalidad laboral. Tenía una profesión que por la crisis económica se fue al carajo como a mucha gente. Durante un tiempo estuvo bien dedicarme a la maternidad, pero la necesidad de realización tocaba fuerte a la puerta y en cuanto mis gacelitas empezaron a necesitarme menos me puse a reinventarme. Me gusta estudiar, me gusta trabajar con y para la gente, me entusiasma la mente, me gusta cuidar, me gusta enseñar, me gusta emocionarme y sorprenderme, y sobre todo me gusta crear comunidad.

En tiempos de distancia social tener una comunidad es oro. Los abrazos están garantizados, la soledad es escogida puntualmente y respetada, compartir tareas, crianza, recursos, son para mí la mejor solución para superar estos momentos extraños.

Hace tiempo que no tengo mi comunidad física y es ahora cuando más la extraño. Tengo comunidad virtual sí, pero me agota. Siento que mi vista se resiente cada día que pasa en cuanto enciendo una pantalla. Para poder conectar y compartir antes hay que escribir un whatsapp o un mail convocando y tener suerte de que las agendas en este momento loco, estén disponibles.

Pareciera que vivo sola, no, pero si me siento sola. Hice una apuesta grande. Creí y ahora que paré vi. La velocidad de la vida tapa los flirteos, los pequeños avisos que te da la vida de que las cosas no van bien. De que lo que das por supuesto no lo es, de que la inercia es peligrosa si no pones límites a tiempo y de que puedes esfumarte delante del otro sin que te des apenas cuenta.

Para mí el amor se muestra. Se siente, si claro, pero sobre todo se muestra. En pequeñas cosas cotidianas y muchas veces absurdas que sacan una sonrisa. Un plato sabroso, una copa de vino acompañada de un silencio, una colada doblada, una compra repetida porque los dos hemos pensado lo mismo, un fregadero sin recoger para poder ver una serie, un abrazo cuando no puedes más y una mirada. Esa mirada que te dice sin palabras: “qué bonita eres”.

Esa mirada ve a la persona completa, con virtudes, con defectos, con pasados, presentes y futuros, con aciertos y desaciertos, con cagadas, con lágrimas, fracasos, éxitos, alegrías, con lo que eres y puedes llegar a ser. Es también una mirada curiosa porque somos personas en un rio. En un rio que se mueve y cambia, que a veces tiene corrientes fuertes y otras está en calma y es más fácil de navegar.

Con esa mirada yo me siento segura y también puedo mirar, y ver al ser humano que tengo enfrente con sus cosas y sus quienes. Ahí siento el amor, en esa cosa electrizante e inexplicable que me manda un mensaje claro que me hace sentir bien. No hay alrededor nada más, es una sensación pura que me conecta.

Es también un detector del desamor porque pasa por el cuerpo constatando que eso mágico se perdió. Casi todas las rupturas sentimentales que he tenido a lo largo de mi vida las he sentido así, en una mirada. A veces una mirada antes de un “tenemos que hablar” o una mirada de despedida, son mi avisador. Todo lo que viene después es confuso porque de alguna forma el resto de los sentidos se adormecen y solo queda esa sensación en el cuerpo.

Creo que en cuanto pueda dejar de mirar la pantalla y pueda volver a mirar a las personas en la calle me voy a dar una sobredosis. Voy a mirar caras, a imaginar historias detrás de esos rostros, a cotillear expresiones, alimentarme de sonrisas, adivinar palabras y volver a conectar así con otros seres humanos que también me miren ,sentir que somos comunidad ,y pueda decirme a mí misma, que bonita eres.

Que bonita eres

Tiempo de Coronavirus

Son tiempos extraños. Un ser minúsculo ha llegado para tambalear nuestras vidas, nuestros modelos, nuestra seguridad, nuestros absolutos, nuestros sistemas, nuestras creencias, todo lo conocido y obvio, ya no lo es tanto después de su llegada.

Nos creíamos libres de ir y venir, eso fue lo primero que cayó. Nos creíamos invencibles, y sí se está cebando con los mayores, con aquellos que lucharon por nuestras libertades y que toca cuidar, pero también con aquellos que su salud no es de hierro. De repente muchos y muchas de nosotras somos de riesgo, asmáticos, diabéticos, enfermos crónicos,..y por lo tanto posibles candidatos a sufrir la enfermedad.

Esta distancia social de los otros y las otras en sus casas, ha traído nuevas miradas. Vecinos y vecinas que intuías detrás de sus cortinas ahora se muestran y hay algo que nos une, el aprecio, el reconocimiento a todos y todas aquellas que están trabajando para sacarnos de esta y cuidarnos. Nosotros y nosotras nos toca obedecer y pensar que estar en casa es mi forma de contribuir a que cada día ese número infernal disminuya.

En casa. Cuantas formas de estar en casa hay. En casa sola, en casa en pareja, en casa con familia, en casa con enfermos, en casa con jardín , en casa minúscula compartiendo con diez, en casa con tu agresor, en casa con un ERTE, no dejo de pensar el montón de situaciones que se están dando.

Mi casa la semana pasada se convirtió en una casa de locos, de dos locos. Somos dos que gestionamos las cosas de formas diferentes, ritmos desiguales, preocupaciones diversas, privilegios distintos y la casa se convirtió en un lugar de desencuentro donde poner a prueba la pareja.

Hubo un día en concreto, los lunes son siempre días de tensión aunque en este encierro todos los días parezcan iguales. Una tontería, un comentario sobre algo de la tele o yo que sé, nos llevó a la discusión. Yo me fui rápidamente a la frialdad y a la claridad, dos cosas que cuando se juntan son mortíferas. De repente no quería quedarme confinada con mi pareja. Por un momento sentí que no le quería o que no le quería así, me imaginaba estando sola y me invadía un sentimiento de felicidad suprema. Me imaginé descansando. Descansando de cuidar, sostener y acompañar al otro en esta crisis y en otras muchas. Notar esa sensación  fue maravilloso.

Cuidar, cuidados, cuidando, son palabras que utilizo muy a menudo y se han vuelto el centro de la manera que tengo de ver las relaciones, siempre le vi sentido pero ahora me pesa. Me he dado cuenta que en temporadas de crisis me llega con mi autocuidado y que los demás tienen que hacer su trabajito, que tengo que poner los límites antes y también compartir y poner en el centro como estoy yo, reclamarlo si es necesario, porque si no el otro no se da cuenta o no le interesa darse cuenta porque entonces su lugar cambia y pasa de ser cuidado a ser el que cuida.

Esta crisis también me ha puesto delante de la cara que no siempre cuido bien, que muchas veces no soy capaz de empatizar o simplemente no quiero escuchar, que las quejas me molestan, que soy susceptible a muchas cosas que no me daba cuenta y una vez más que el amor no basta. En nombre del amor no todo vale, y que cuando me dicen en medio de un enfado “yo te quiero” me sale decirte “pues yo te odio”.

He aprendido que poner distancia social dentro de casa y en la pareja también evita contagios. ¡Santo remedio! Espacios y tiempos para que cada uno haga su gestioncilla ayuda a que no se mezclen historias de vida que no comprendemos. No siempre podemos comprender al otro/a.

Esta semana volvemos a ser cinco y ya no es locura, bueno, es la locura de siempre vamos. Ahora siento que me estoy dando un tiempo para acercarme lentamente, para ver si nos volvemos a reencontrar en nuestro espacio. Estoy viendo si este virus diminuto no ha enfermado nuestra relación y este confinamiento nos trae una oportunidad para nuestra pareja o a puesto de manifiesto nuestras carencias escondidas tras la cotidianidad.

Tenemos unas cuantas semanas más para seguir indagando y explorando, y mientras sea desde ahí desde la creatividad yo me apunto, si es desde el desgaste y hastío yo me bajo.

Vamos a ver como evoluciona la curva.

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